22/04/2023 – AMSTERDAM WATERLAND MARATHON
(Crónica de Aura; fotos varias).

«One paddle, please! One paddle…?». Keko recorre la calle de casas flotantes con media pala, pidiendo puerta por puerta una entera. Momentos antes, José, que llevaba un buen rato sintiéndose incómodo, sin enganchar, como si algo estuviera suelto y cediendo, vio como una de las hojas de su pala salía volando, chocaba en el casco de la piragua y se hundía en el agua con un “plof” lúgubre. Solo han recorrido cuatro o cinco kilómetros de los veintitrés del maratón de los canales de Amsterdam, ¿y ahora qué? José, abatido, se dispuso a apearse, pero Keko le cambió la pala para que pudiera continuar y se quedó él con la rota. Al fin y al cabo, para eso ha llevado una piragua lenta y estable, para ir de coche escoba y ayudar a quienes lo puedan necesitar.

La primera en apuros fue Rosana, que entró en pánico en la salida con el maremoto que se formó, entre las olas de los palistas en esas aguas que apenas cubren y los rebotes generados por los muros de contención del canal. Por delante, Toño surfeaba con la “Denia” y yo hacía lo contrario, luchar contra las olas en un vano intento de superarlas. Javier y Jorge salieron muy bien situados y pronto se perdieron de vista.

Ahora Keko busca una solución para el embrollo en que se encuentra. Los sénior y juveniles (Martín y Héctor entre ellos) habrán salido hace apenas cinco o diez minutos. Con suerte, Juan habrá grabado la salida en vídeo, antes de perderse entre los callejos que recorren el laberinto de la Waterland, una zona ganada al mar con los característicos “pólder”. En cualquier caso, más le vale a Keko conseguir una pala antes de que llegue la cabeza de esta carrera, si no quiere darse un buen baño. En una avenida acuática, con kayaks y canoas como medio de transporte en muchas casas, alguien podrá prestarle una. «One paddle, please!».

Entretanto, empieza a llover. A las dos en punto. Me acuerdo del amable dependiente de la gran tienda que visitamos la víspera, “Kanocentrum Arjan Bloem”, una auténtica locura en la que nos dejamos la hijuela. El hombre, miembro del club organizador de la regata, el “Viking Kanovereniging”, auguró una mañana excelente, con lluvia a partir de las tres de la tarde, pero lluvia ligera, tipo morrina, nada como lo que en ese momento caía afuera de la tienda y que era una auténtica manta de agua. Pues se equivocó con la previsión: dan las dos y empieza un diluvio con un frío y un viento horribles. Al cabo de veinte minutos parece que amaina un poco y aprovecho para beber. He olvidado beber incluso antes de la salida, tal era la tensión, y el Hombre del Mazo ha venido a visitarme en el kilómetro ocho. Por suerte, Rosana me da alcance y juntas reanudamos la marcha por unas callejuelas de agua divinas, preciosas, en las que apetecería parar a tomar el té, con casitas flotando ordenadas entre esclusas privadas, arcos de puentecillos, canales que se abren a los lados con más viviendas…

Varios kilómetros más atrás, un trío de motoras pasa a toda velocidad junto a Keko, que sigue con media pala, y lo tiran al agua. No cubre gran cosa, así que achica, monta y se dirige a una vivienda (la siguiente en la que para). ¡Llegó el golpe de fortuna! El dueño, que le había visto subir una por una a todas las terrazas del vecindario pidiendo “one paddle”, sale a su encuentro ofreciéndole dos palas: una moderna de plástico y una antigua, modelo “liminat”, de hojas planas de fibra y pértiga de aluminio, dos kilos y medio con dos metros cuarenta centímetros de pala clásica, de las que se usaban hace un montón de años. Como puede, agradece al paisano y le explica que dejará la pala en el “Viking Kanovereniging” y sigue camino. ¿Cuántos años hace que no rema con una pala de esas?

Javier llega el primero del equipo al porteo, muy ufano de haber dejado a Jorge atrás… o eso piensa él. Toño les sigue bastante cerca, y se queda con la boca abierta al ser adelantado por un grupo de sénior que, a toda velocidad y con una precisión y agilidad envidiables, saltan de los K1 y corren casi sin tocar el suelo. Un buen rato después, Rosana y yo llegamos al porteo. Para montar, escojo una pequeña plataforma de un metro cuadrado que me viene al pelo. José llega en ese momento también y me deja preocupada con la noticia de que Keko se ha quedado con su pala rota. Eso sí, se le ve estupendo con la pala enorme de Keko, esa sí que engancha y no la que él llevaba. Salgo del mini-pantalán y en ese momento veo que Rosana se cae al agua al intentar embarcar y, para colmo, se le sube la bola en ambos gemelos. Lo intenta otra vez y vuelve a bañarse. Se bloquea y, aunque insiste en que siga, prefiero quedarme con ella hasta que embarque.

Llega Martín al porteo, el último de una marabunta de como quince o dieciséis palistas que casi le pasan por encima a Rosana mientras trataba de achicar. Es el grupo en el que lleva luchando Martín desde el comienzo de la regata, un grupo duro en el que está la cabeza de carrera de juveniles, con ataques constantes y ritmo endiablado. Martín desembarcó el primero, mas, cuando quiso levantar la vista, los demás habían saltado y corrían como galgos. Monta de nuevo usando la misma plataforma que acabo de utilizar yo y sale a toda prisa, hasta alcanzar a un grupo desgajado del principal, donde continúa hasta el segundo porteo. Rosana se acerca hasta la plataforma andando por el agua y, mientras prepara el barco, llega Héctor que monta de un brinco y marcha.

Casi veinte minutos después de desembarcar en el porteo, logramos ponernos en camino otra vez. Llega la zona de canales interminables, con viento y lluvia de frente, que me hunden en la miseria. Estamos heladas, no sentimos las manos, empiezo a notar un dolor intenso en el codo (algo estoy haciendo mal, para que me duela así), me cuesta horrores mantener el ritmo de palada, me dan ganas de quedarme flotando haciendo turismo, no se acaba nunca este canal, ni este otro, ni el otro… Ahora es Rosana quien tira de mí, me anima y no me permite bajar el ritmo. Paramos regularmente, eso sí, para beber, ¡qué gran invento este de la mochila con la bolsita y el chupe!

Mientras, Keko zozobra con la pala plana cuando le pasa la cabeza de carrera sénior. Otra vez al agua. Antes del porteo vuelve a situarse como coche escoba del club y, como ve que no hay nadie, decide continuar hasta el segundo porteo, no sea que alguno de nosotros tengamos problemas entre ambos. Si en el segundo porteo no hay apariencia de problemas, marchará con la furgoneta de la organización, que pasar de remar con ochocientos gramos de pala a hacerlo con dos kilos y medio, le está incordiando bastante.

Este segundo porteo es de lo más peculiar. Hay que subir la piragua de proa sobre la orilla, porque no hay otra forma de desembarcar. Martín lo toma con decisión, pero los competidores de su grupo lo llevan mucho mejor y vuelven a ganarle la ventaja. Jorge y Javier tampoco tienen problemas. Toño se lanza y, cuando se incorpora para salir, la piragua empieza a resbalar y desde el público le jalean para que se dé prisa. Aquí los porteos son para cambiar de canal y en este toca atravesar un prao de blandengue barro con cuchu aromático. Toño va descalzo, ¡qué sensación! Héctor y José, por su parte, llevan los pies bien protegidos, así que no hay más que mirar por dónde pisan y no meter la zanca en ningún agujero.

Es nuestro turno. A estribor viene un sénior que se cruza por delante para subirse a la orilla. Eso obliga a Rosana a girar bruscamente y a mí con ella. Perdemos velocidad y nos quedamos en amor y compañía, trabadas con la puntita nada más. ¡Qué alegría! Doy marcha atrás para salir, dejo pasar a unas niñas de la regata corta que se acaban de incorporar al recorrido principal, tomo carrerilla, subo la proa hasta casi la bañera, salto, saco el barco, voy hasta Rosana, la remolco hasta tierra, regreso a mi kayak, achico, cargo y echo a andar con calma, me paro a charlar con el paisano del control, me dice que ya solo quedan siete u ocho kilómetros (lo sabía pero necesitaba escucharlo). Y cuando voy hacia el prao del cuchu, miro atrás y Rosana está todavía en la orilla, peleándose con la piragua, que no consigue achicar. ¡Qué mal le sientan a mi compañera los porteos! Tan mal como a mí los canales largos e interminables. Estamos haciendo una regata de crisis complementarias y compartidas. Esto es labor de equipo y lo demás es cuento.

Nada más salir del porteo, hay varios kilómetros de canalucos estrechos con apenas medio metro de profundidad y espacio para, como mucho, dos piraguas a la vez. Me resulta entretenido, es duro por la falta de calado pero no me afecta tanto a la moral, quizá porque tiene un cierto parecido con las zonas más escondidas de la ría de Solía y me parece más familiar. Los ánades de diversos tipos y las grandes garzas reales pasan de nosotros, no se apartan hasta el último minuto y eso solo si llevamos rumbo de colisión. Martín toca el fondo con la pala varias veces. Javier lucha como un poseso contra el bajo fondo, pero es este quien gana, para regocijo de Jorge, que se le aproxima sin prisa pero sin pausa, hasta que, al salir a canales más abiertos, se coloca en su ola. Toño está muy fuerte, pero en esa zona acusa el cansancio y le cuesta mantener la técnica razonable, máxime cuando le sobrepasan justo allí grupos de sénior que forman una ola de arrastre tremenda en el bajío.

Keko ha desembarcado en el porteo y regresa al club con la furgoneta de la organización, cuyo conductor habría recibido innumerables collejas de haber estado con nosotros, pues maniobra como si no llevara remolque y, peor aún, como si condujera una moto de carreras en lugar de una furgoneta. El primero del equipo en entrar por meta es Martín, que los últimos kilómetros los ha hecho trabando amistad con un chico italiano quien, un par de días más tarde, contactará con él en Instagram publicando el vídeo en que se ve cómo le vence en el sprint. Jorge, fiel a su estrategia de guardar para cuando no haya y no darse palizas innecesarias, deja atrás a Javier en el último kilómetro, para rabia de este. Toño, Héctor y un rato después, José, entran tiritando y satisfechos en meta.

Detrás de José, aún viéndole en lontananza cuando los canales lo permiten, vamos nosotras. Los dos kilómetros y medio finales se me hacen muy cuesta arriba, y eso que ya lo conozco porque es el camino desde la salida hasta el club. Rosana tira de mis ánimos, que si es por mí me dejo flotar sin más. Ya hacia el final vamos ambas más rumbosas, y nos paramos para entrar en la línea de meta al tiempo, en el mismo segundo. Aún no sabemos que no somos las últimas mujeres máster, y que Rosana subirá al pódium a recibir la medalla de bronce. Solo sabemos que hemos terminado, que lo hemos hecho juntas, y que si en equipo hemos sido capaces de terminar una regata tan dura, podemos enfrentarnos a cualquier prueba.

El año próximo, se cumplen cincuenta del Amsterdam Waterland Marathon, no digo más…

APÉNDICE:
«Hey, Rens, can I ask you a favour, please?». La cara del equipo de la organización era un poema mientras les explicaba la aventura de la pala de Keko. «Pero, ¿dices que se llevó una pala prestada y ahora hay que devolverla? Y, ¿a quién hay que devolverla?… ¿A alguien? ¿Cómo que a alguien?… ¿Qué no sabes quién te la prestó?… Ah, bueno, que fue un señor en una casa flotante. ¿En qué casa?… ¿Cómo que en una entre el kilómetro cuatro y el seis de la regata?… Ah, de acuerdo, una que está al lado de una barcaza de las de cruzar el canal… Sí, aquí en el mapa sale… Pero ese canal tiene como kilómetro y medio, diez barcazas y como cuarenta casas… Una de esas, genial, qué alegría…».